Dolor, memoria, saberes, territorio son algunos de los elementos grabados en las acuarelas de Paisajes de Buenaventura, exposición artística cuyas piezas estarán exhibidas en el Museo Nacional hasta el 5 de junio. Las distintas caras del arte se hacen presentes en este espacio ya desde la obra que inicia el recorrido. Se trata de un boceto en acuarelas del mural Buenaventura 450 años al Cosmos, ubicado en el Centro Administrativo Municipal de Buenaventura, y entre cuyos intersticios brotan las raíces de la historia del municipio.

César Alberto Sarria y Bernardo López, fundadores de la Escuela de Acuarelistas Muralistas de San Cipriano, fueron guías y puente de lo que muchas artistas tenían por decir en el momento en que se fundó la escuela, empezando, precisamente, por la entrega a Buenaventura de este mural pintado a varias manos, en el cual se recoge la historia del Pacífico desde su origen hasta la contemporaneidad. Lo curioso de este mural es que su representación no atiende a jerarquías, pues sus trazos no confieren a un tema mayor relevancia que a los otros; es su territorio, es la esclavitud latente en el centro, es la música, es la comunidad, es la explotación del territorio, son las raíces de manglares, tan fuertes que sobresalen de las aguas del mar y del río hasta posicionarse justo en la mitad del mural, una imagen poderosa que podría interpretarse, precisamente, en términos de la verdadera raíz, de cuerpo-naturaleza, de la vida del Pacífico que enlaza al mar y al río.
Los detalles en esta pintura son precisos. Basta con disponer nuestra atención sobre la mujer indígena en primer plano amamantando al borde del río, fuente vital que conecta con la Madre Tierra, además del espacio abierto que tiene el agua en la pintura, como si fuese la única que respirase en medio de tantos rostros. Prefiero no ahondar en más detalles que puedan sesgar la perspectiva de quien desee asistir al museo para apreciar de primera mano el boceto, ya que una imagen digital difícilmente reproduce la experiencia transmitida por la pieza original. Este grupo de artistas hicieron del mural una herramienta para su crecimiento espiritual, es decir, territorio y espiritualidad confluyen de manera que haya una comprensión de la naturaleza por medio del arte, comprensión del cuerpo en disposición a un entorno y comprensión de colectivo al lograr trenzar las ideas de las y los artistas autores del mural.

Ana Morales Moreno, artista de la Escuela de Acuarelistas, habla de este colectivo del cual hizo parte al labrar el mural en Buenaventura, para dar cuenta de cómo inició su proceso de autoconocimiento y reconocimiento con el otro. Dos de las pinturas de su autoría se encuentran dispuestas allí, evocando situaciones y sensaciones basadas en la cotidianidad del río y en el ser mujer. Tres generaciones, nombre de una de sus obras, encuadra la experiencia de una abuela, una madre y una hija situadas a la orilla del río, río en movimiento y de proporciones enormes, comparado con las figuras de estas tres mujeres que lavan la ropa. Aquí, nuevamente, el río toma un papel protagónico, pues la vida de estas comunidades rivereñas gira en torno a él, en torno a la pesca, al viaje en canoa transportando alimentos y, como lo retrata su otra pintura, el oficio minero, que pensado hacia la masculinidad, la vida bajo tierra, bajo las cuevas en las que se lleva casco y pica, cambia para ilustrar a una mujer barequeando, tarea que cumple el fin de extraer oro del río, lo cual lleva a que esta pintura salga de estas cuevas sobre el río y sea una representación iluminada.
La Asociación de Mujeres Campesinas, Negras e Indígenas de Buenaventura (AMUCIB) también hace parte de la exposición, y sus integrantes traen consigo una de las palabras más importantes de su cosmovisión: el comadrazgo. Ciertamente, en un escenario de conflicto, donde el arte, la contemplación del entorno y el trabajo sobre la tierra posibilitan la vida, encontrar una comadre es fundamental. Los canastos, por ejemplo, no solo son tejidos de hojas de bijao, sino que también constituyen el tejido de la palabra, pues mientras se teje se escucha, se acompaña y se recibe compañía, y en medio del proceso la palabra sana y cuida. Los tejidos de estos canastos conforman mandalas, nombradas así por las comunidades en virtud de la intención con que se elaboran. El acto de reunirse y tejer siempre se acompaña de una vela en el centro que representa el encuentro intencionado, las energías y creencias que conllevan a encender una vela contribuyen al crecimiento colectivo y espiritual de las comunidades donde se construye, se teje y se cultiva en conjunto, tal y como sucede con las azoteas, estructuras hechas a partir de la madera proveniente de canoas rotas para ser, luego, fuente de huertas comunitarias y siembras de plantas medicinales especialmente empleadas por parteras.
Tanto los miembros de la Asociación como todas las y los artistas de la Escuela han decidido vivir esta resistencia colectiva, que sobrevive en un lugar relegado en medio de su enorme riqueza. El puerto del Pacífico ha sido explotado por muchos años y, mientras en la capital hay alimento, el territorio está cargando el peso de la invisibilidad. Buenaventura es más que un puerto, pues su legado implica tradición y economía de soberanía a cargo de mujeres que cultivan sabores y saberes. Paisajes de Buenaventura quiere llegar a lo que Francia Márquez hace referencia cuando nos propone ‘vivir sabroso’ como un derrotero posible, lo cual supone entender otras formas de vida, entender otras formas de expresión y cultivar comunidad.
LAS OBRAS RECOMENDADAS:
- Cuando los ancestros llaman. Poesía afrocolombiana, de Mary Grueso
- ¡Negras somos! antología de 21 mujeres poetas afrocolombianas de la región pacífica, compilada por Guiomar Cuesta Escobar y Alfredo Ocampo Zamorano
- Flor de Palenque, de María Teresa Ramírez
- Ven a ve, mis nanas negras, de Amalia Lú Posso Figueroa
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